Uno de nuestros más constantes juegos era el de papá, mamá y el niño; ese se convirtió en el juego de la casita de las buganvilias.
Curiosamente, Nacho el mayor de los tres siempre jugó a ser el hijo de Lupe y yo. Nacho jamás asumió el papel de padre, nunca fue el hombre en nuestro juego, aun que en nuestro diario acontecer fuera de nuestra casita si hacía las veces de amigo mayor mío.
Por el juego de la casta empezamos a preparar comidas, se hacían las camas, nos acostábamos, nos bañábamos Lupe y yo, y también bañabamos al bebé, le cambiábamos de ropa al bebé, y muy pronto aconteció el primer gran acontecimiento entre nacho y yo, el bebé pronto aprendió a tomar de la mamila de papá; así es, esa mamila que los papás tienen y que yo pronto me aficioné a tener dispuesta y disponible para acallar el llanto del bebé nacho, que por supuesto se volvió un niño remolón y exigente.
En aquellos días la mamila producía pequeñas cantidades de líquido seminal, y por igual descubrimos que aquella situación entre padre e hijo era satisfactoria para ambos, al bebé le gustaba tomar la mamila mientras que el papá Dani pronto descubrió unos extraños placeres que se producián tras que nacho empezaba a paladear los rincones y pliegues de mi pubis, bajo vientre y entrepierna, y el pito no solo se ponía duro, como todas las mañanas, sino que algo en el interior de mi pito hacía que casi estallara, mientras que la piel se hacía mil veces más sensible a las caricias y besos que nacho le prodigaba. Nacho también fue aprendiendo a dar satisfacción a su papá, provocándome orgasmos cada vez más refinados, controlados y buscados.
