No tengo recuerdo de mi niñez de otro amigo que no sea Ignacio, Nacho no solo es mi mejor amigo, pues lo hemos sido desde la escuela primaria; es mi complemento espiritual, con él las palabras sobran, ambos nos conocemos tan profundamente que una mirada o un gesto basta y sobra para comunicar entre nosotros mil pensamientos y emociones. Nacho es mi concepto del amigo por excelencia. Sí, amo a Nacho profundamente, como a nadie. Cuando estoy con él me siento tranquilo y realizado, no importa que el mundo se esté derrumbando a nuestro alrededor. Amo a Nacho pues disfruto de una pequeña parte de su corazón que es solo mía, que no comparte con nadie más, nuestras almas son cristalinas y transparentes, entre nosotros no hay escondrijos, conozco y respeto los afanes de libertad e independencia que lo caracterizan y le apoyo en ello, es más, constantemente lo motivo e incito a hacerlo; así me lo enseño él mismo hace años, así nos fuimos formando mutuamente y por eso le amo intensamente, Nacho sabe que le acompañaré hasta donde le quieran llevar sus ímpetus más íntimos y profundos, sin condicionamientos ni reclamos. Cuando le necesito siempre está allí para brindarme precisamente lo que necesito o requiero; por eso lo amo.
Nacho ha sido un pinche puto de cagada desde siempre, un maricón que supo enfrentar a quienes le ofendían por su condición de naturaleza delicada, casi afeminada, cada obstáculo y reto se convirtió en una parte de un espíritu cada vez más indomable, por eso no tiene dueño, exclusividad o pertenencia con y para nadie, y en eso se muy claramente que también me incluye. Pues Nacho siempre ha sido un ser libre, que solo así pudo asumir su homosexualidad desde que eramos niños, desde la escuela primaria impuso a todos su condición diferente y la defendió de todo y contra todos. Siempre fue el típico joto, que es como en México llamamos a un hombre que sin ser amanerado no oculta su homosexualidad, en especial por su fragilidad y trato pero sin llegar a ser o tener actitudes femeninas, pues entonces el término pasa de joto a marica, mariquita o maricón; y puto es el homosexual pasivo. Esos son los significados que en mi círculo social de barrio de clase media baja utilizamos para definir a todos los que no somos heterosexuales o normales.
Nacho es un año mayor que yo, Lupe es una amiga de mi edad vecina de la casa de al lado, los tres crecimos en la misma cuadra o manzana, a los dos los recuerdo jugando conmigo por las tardes, siempre juntos por las tardes. Nacho y yo fuimos compañeros desde la escuela primaria, Lupe iba a otra escuela, nuca supe el porqué pues no importaba, pero todas las tardes después de hacer nuestras tareas los tres nos reuníamos para jugar hasta el anochecer. A veces jugábamos en los escondrijos y vericuetos bajo las buganvilias y otras plantas en los jardines de la casa de los abuelos de Lupe, otras veces, en especial cuando llovía, nos íbamos a los juegos y columpios que los papas de Nacho tenían en un largo corredor techado pegado a un costado de la casa, en donde su papá guardaba un carro y una camioneta, allí sacábamos triciclos, carritos, juguetes y muñecas para jugar toda la tarde sin importar el clima. Mi casa y la de Lupe son contiguas, la de Nacho está a a dos solares en la parte posterior de la cuadra, en aquellos años trepábamos por las bardas para ir de una casa a otra. Por causas que desconozco dos de los vecinos de la cuadra tuvieron que dejar el barrio y por varios años esas casas estuvieron cerradas y sin ocupantes. Pronto los tres encontramos la forma de entrar a jugar al interior de esas casas, en especial a la casa justo al lado de la de Nacho y en contraesquina de la mía, era la casa de Irene, una chica dos años mayor que yo. Nunca nadie supo que esa casa se convirtió en nuestro santuario, ése fue nuestro mayor secreto por casi tres años que la casa estuvo deshabitada, ni siquiera nuestros hermanos, primos o vecinos mayores participaron de él.
Fue en la casa abandonada de Irene, la casa justo junto a la de Nacho, en donde inició mi experiencia sexual activa, allí me cogí a Lupe y a Nacho, en ese orden y con solo unas semanas de diferencia, y fue Nacho el promotor de ambas situaciones, para los tres fue nuestra primera experiencia. Estábamos en cuarto de primaria, y haciendo cuentas fáciles Lupe y yo teníamos 10 años, y Nacho casi 11. Uf que cosa, tengo más de ocho años de estarle rascando el chiquito a Nacho, Guau.... La movida con Lupe ha sido casi igual, pues cuando empezó a menstruar, ya sabíamos algunas cosas sobre aquello del sexo y la regla, y como buen amigo Nacho llevaba las cuentas de sus días y cuando surgieron las dudas, pues inicié la práctica de tronarle el chiquito, tal como ella veía que yo hacía con Nacho. Ahora Lupe es una estudiante universitaria al igual que Nacho, ambos saben desde siempre de mi condición de bisexualidad, Lupe participa también de una íntima y profunda relación con Nacho y, conoce todo sobre mi relación con él, ella disfruta de totales privilegios y prerrogativas sobre mi miembro viril. Ella los ejerce y usa a su total discreción, en especial cuando quiere desafanarse de los agobios de sus novios o compromisos; conmigo cuenta para todo y sin discusiones. Ella es la única mujer con quién tengo relaciones sexuales. Sabe que lo hago porque desde siempre la amo sin ambages ni subterfugios, y sobre todo, sabe de mi absoluta lealtad de siempre demostrada.
Seguimos siendo tres amigos y todos saben que algo especial nos une. Entre nosotros hay un irrestricto amor y un profundo respeto. Y una secreta vida que ya tengo autorización de ambos para revelar, hasta cierto límite.
Un beso a ambos por su comprensión, y por todo. No me canso de reiterarles que les amo con todas las formas que conozco.
