Uno se encontraba justo al frente del jardín, casi junto a la barda del frente de la casa, allí había tres plantas de tulipán chino, no del holandés, sino del que aquí también llaman pavona o rosa de la china, eran tres arbustos que en tiempos de verano y otoño se cubrían con aquellas grandes flores en colores amarillo, rosa y rojo fuerte, los arbustos los sembraron en triángulo, por lo que en la parte central entre los tres troncos había un espacio, nosotros decíamos que se hacía una casita y así le llamamos entre nosotros, pues nos protegía de las lluvias ligeras del verano, y desde afuera era imposible descubrir aquel escondite que era pequeño e incómodo, para permanecer allí los tres debíamos mantenernos abrazados y apretados. Este fue el primer escondite totalmente secreto que tuvimos los tres, era algo solo nuestro, y tal vez fue lo incomodo que era lo nos hizo tomar con naturalidad el abrazarnos con la mayor naturalidad, y aprender a estar muy juntos, a reconocer nuestros olores, todos, buenos y malos, más bien agradables y desagradables.
Al centro del jardín y también pegado a la barda, en este caso a la barda lateral del terreno, había un gran matojo de plantas de enormes hojas de las que llaman elegantes y allí se encontraba nuestro segundo escondite del jardín, ese era nuestro escondrijo preferido para que desde la casa nos vieran jugar, pues no era totalmente cerrado, permitía la entrada de luz, de las primeras cosas que de chavo aprendes es que siempre debes estar un o varios ratos a la vista de los adultos, para que se tranquilicen al saber en donde estás y se olviden de estar molestando a cada rato para saber en donde estar y dejen de estarte cuidando; ese escondite cumplía perfectamente con tal objetivo, apenas oíamos que alguien en la casa preguntaba por nosotros, uno o todos nos deslizábamos hasta aquel escondrijo y nos dejábamos ver por un buen rato, y regresábamos con cuidado al escondite de los tulipanes.